Apoyé mis dedos
índice y corazón en su cuello, buscando desesperadamente el pulso de aquel
cuerpo que yacía inmóvil sobre la alfombra. Las gotas de sudor rodaban, sin
descanso, por mi frente hasta desembocar en la barbilla.
Definitivamente,
parecía que su corazón hubiera dejado de latir. El mío, sin embargo, bombeaba
la sangre a tal velocidad que
parecía que mis sienes fueran a estallar de un momento a otro. Debía tener la
tensión arterial por las nubes pues sentía un fuerte dolor de cabeza, y una
presión asfixiante rodeaba mi cuello, como si alguien intentara estrangularme.
Me intenté
tranquilizar. Vamos, ¿no era eso lo que quería cuando empecé la pelea? ¿O fue
ella quien la comenzó? Siempre me reta. Sabe que no me gustan esos vaqueros tan
ajustados, ni ese escote con el que va pidiendo guerra. Seguro que tiene a la
oficina revolucionada, me imagino a todos babeando por ella, desnudándola con
la mirada…
¡Joder! Pero,
¿qué he hecho?
Llego a casa
después del trabajo. Nacho me espera como agua de mayo. Ojalá no lo hiciera,
ojalá me dejara de una vez por todas . Vivir tranquila, simplemente vivir. Dejo
las llaves en la entrada. Aquel ruido metálico parece encenderle algún tipo de
alarma en el subconsciente. Atraviesa el pasillo como una exhalación y se dirige
hacia mí serio con los puños cerrados y apretándolos fuertemente, como si
guardara algo valioso en ellos. Y tanto que lo hacía, en ellos guarda mi
felicidad, mi belleza, mis lágrimas, mi sonrisa, mi autoestima…
Sonrío algo
forzada y entonces, comienza el temblor. Primero mis piernas, después sube por
la cintura hasta llegar a mis brazos, y a mi cabeza. Los dientes me castañetean
como si una bocanada de aire invernal hubiera entrado por la ventana dejando la
casa a bajo cero. Era él, siempre con ese frío. Me pregunta que de dónde vengo
a esas horas.
¿De dónde voy a
venir? Del trabajo, respondo apenas con un hilo de voz. Bueno, me retrasé un
poco con una amiga por culpa de un café que le tenía prometido hace unos meses,
lo está pasando mal, ¿sabes?, me necesita…
Pero todo esto a
él no le importa, ya nada le importa, apenas me escucha, simplemente oye el
sonido de mi voz y mira mis labios en movimiento. Es como si él mismo pusiera
las palabras que salen del interior de mi boca como le convienen. Está ciego y
sordo.
Levanta el puño
fuerte hacia atrás, a punto de darme con todas sus ganas. Yo me retiro y me
cubro la cabeza con las manos. Todavía no me he quitado el abrigo, y el bolso
se balancea colgado de uno de mis brazos tirando en pleno vuelo el jarrón del
recibidor. Se hace añicos igual que mi corazón, que palpita tan deprisa que
pienso que se me fuera a salir del pecho. Algunas lágrimas ya empiezan a
deslizarse lentamente por mi cara, pero muy pocas, casi no me quedan.
Miro el reloj.
Apenas han pasado unos minutos desde que lo miré por última vez. Empiezo a
inquietarme. Apago la televisión, ya no me distrae, no hay nada que pueda
hacerlo. Estoy obcecado. ¿Dónde estará?
Parece que
hubiera poco oxígeno en la habitación, me falta el aire. Una presión sube por
mi nuca, tengo toda la sangre concentrada en la cabeza.
Necesito otra
cerveza, ya he perdido la cuenta.
No paro de
imaginar, pero seguro que no fallo, ya la estoy viendo, contorneándose,
coqueteando con todos los clientes borrachos en la barra de algún bar. Estoy
así por su culpa, por qué no me hace caso, todo sería más fácil. Simplemente si
me hiciera…Oigo la puerta. Al sentir las llaves chocar unas con otras cientos
de imágenes me vienen a la cabeza. Ese sonido chirría en mi cerebro, me
molesta. Me levanto del sofá y giro por el pasillo. Ahí está, mirándome con
cara de mosquita muerta, como si nunca hubiera roto un plato. ¡Dios! ¡Qué
nervioso me pone! Le pregunto que de dónde viene. ¿Del trabajo? Imposible, le
digo, ¿sabes qué hora es? ¿Una amiga? Venga ya, ¿a quién quiere engañar? ¿Qué
se ha creído? Yo la mato, es que la mato…Entonces, mi rabia empieza a crecer,
de verdad que la quiero matar, no hay nada que pueda impedírmelo. Levanto mi
brazo y…No puedo.
Abro los ojos,
¿se ha ido? Se ha retirado sin decir nada. Pero, no me fío. Me quito el abrigo
y voy a la habitación a ponerme cómoda. No está, no lo veo. Mejor.
Empiezo a
desnudarme, sólo quiero meterme en la cama, estoy tan cansada. Entro en el
baño, puedo sentir como se acerca. Por favor, que no me hable, que no me mire,
que me deje tranquila…Menuda utopía.
Mis manos
comienzan a sudar. Se asoma por la puerta del baño y me dice que lo siente.
¿Qué? No entiendo nada, de verdad que no puedo entenderlo.
Esto tiene que
acabar.
No hablo,
simplemente le miro e intento sonreír sólo para que me deje pasar. Entonces me
agarra por la cintura con todas sus fuerzas y me arrastra contra su pecho. Noto
su cuerpo ardiendo pegado al mío, está sudando y su corazón late muy deprisa.
Dame un beso, me dice. No puedo, de verdad que no. Pero, no quiero que se
enfade, así que cierro los ojos y él me besa como si fuera la última mujer en
el mundo, y jadea al lado de mi oreja, y jadea…Me tira encima de la cama y cae
sobre de mí.
Salgo al balcón
a fumar un cigarrillo. Debo relajarme. No puedo cagarla ahora. Voy a pedirle
disculpas, a lo mejor me he pasado un poco. La busco, está en la habitación, me
asomo y le pido perdón. Ella me sonríe, pero noto miedo en sus ojos, ¡vamos! No
soy tan malo…Me hace sentir mal. Quiero besarla, pero ella no parece estar por
la labor, quiero que todo sea como antes, ¿por qué ya no me quiere?
La deseo como el
primer día, es mía, sólo mía. Sus besos me saben a gloria y ahora ella parece
estar a gusto. Nos tiramos en la cama, qué guapa está…
¡No! Me digo por
dentro. No quiero que siga tocándome con las mismas manos con las que tanto
daño me ha hecho. Me da asco, le odio…Entonces le digo que me deje, que estoy
cansada. Que mañana será otro día.
¿Qué está
cansada? ¿De qué? Si no quiere saber nada de mí será porque ya le complace
algún otro por ahí, ¿qué cree que soy idiota? A mí no me engaña…
Consigo librarme
de aquella maraña de brazos y piernas que me mantiene atrapada, pero apenas he
tocado el suelo con la punta de los dedos me agarra del camisón, yo tiro y la
tela se desgarra, pero consigo huir hasta el pasillo de nuevo, donde empezó
todo. Le oigo correr hacia mí, no soy capaz de encontrar la llave correcta en
el llavero, que hacía un rato parecía un reclamo para él. Se me caen de las
manos. Cada vez está más cerca. Sé que no saldré viva de aquí. Tiene los ojos
inyectados en sangre y los puños más fuertemente apretados que nunca. Grito,
pero ya no me quedan fuerzas ni
espacio para correr.
La voy a matar,
te juro que la mato. Mírala, intentando huir, pero por qué no me hace caso, por
qué le doy tanto miedo. Todo sería más sencillo si me escuchara. Me obliga a
comportarme así. Todo es culpa suya.
Todo es culpa
mía. Le hago enfadar demasiadas veces. De casa al trabajo, es muy
fácil…Entonces cierro los ojos y noto cómo mi cabeza retumba, y todos mis
pensamientos se desordenan dentro de ella durante unos segundos, que a mí me
parecen horas. Ha sido un puñetazo impecable, digno de un boxeador profesional.
Me tira al suelo de un solo golpe, no hacen falta más.
Caigo sobre la
alfombra a cámara lenta.
Ahora, te vas a
enterar.
Le doy con todas
mis fuerzas, por fin he soltado mi rabia. Me siento poderoso y relajado. Pero
de pronto, un sudor frío recorre mi espalda y un pinchazo en el pecho me hacen mirar
al suelo.
No se mueve.